Las fotografías místicas de Roberto Cáceres

Roberto Cáceres es un fotógrafo peruano con un fuerte interés en fotografiar mundos ajenos a los parámetros de la normalidad, impuestos por una sociedad prejuiciosa e individualista. Su curiosidad por conocer esos matices, lo llevó a registrar por casi diez años a los curanderos, maestros y brujos del norte del país. El libro El Bolsillo del Diablo es la culminación de esa travesía. Conozcamos más sobre su libro, sus aventuras colosales, su personalidad carismática y sus valores sobre la vida y la profesión.

Me conecto por Zoom a las ocho de la noche e intento hacer contacto -¿Roberto estás ahí? luego de un breve silencio escucho su voz carrasposa: -¡Hola Yanina! Sereno y vestido con una camisa a cuadros, lentes de marco negro y una barba blanca tupida por los días de cuarentena, empezamos a conversar sobre su libro.

«Empecé el proyecto de los maestros cuando estaba en el diario Ojo y me mandaban a cubrir los baños de florecimiento de las vedettes. Ahí me hice muy amigo de un curandero que se llamaba El Tuno, pero no el verdadero, porque él falleció en los 90, era un gran chamán trujillano muy reconocido. El me decía que debía ir a las Huaringas, para conocer mejor ese mundo».

Las lagunas de las Huaringas están ubicadas en la provincia de Huancabamba en el departamento de Piura; y suelen ser usadas para los rituales de sanación, por considerarlas con propiedades curativas. Roberto que desde muy niño creía en la ciencias ocultas, incluso tenía su baraja de cartas del tarot, estaba convencido que debía conocer ese lugar.

«Un día me subí a un bus y llegué a la casa de un brujo. Había acabado la mesada y todos estaban como resaqueados, medio zombis. Era una chacra, todos estaban ahí tirados. ¡Cha! ¡cha!, empiezo hacer fotos como loquito; en eso me agarra la mano un hombre, estaba medio dormido en una hamaca y me dice: –he soñado que el gallo canta seis veces en Egipto, te veo corriendo atrás de gente en una gran avenida con bombas y mira que todavía no trabajaba en un periódico».

Antes de ser fotógrafo, Roberto trabajó en una agencia de mudanzas en Florida. Ahí le regalaron una cámara fotográfica análoga. Al regresar al Perú asistió a una exposición fotográfica de World Press Photo y descubrió que quería hacer en la vida. –«¡Yo quiero ser fotógrafo, yo quiero hacer esas cosas!» Con esa seguridad, se inscribió en un instituto. Al terminar la carrera, su entusiasmo lo convenció que estaba listo para trabajar, así que empezó a dejar su curriculum a todos los diarios y revistas.

«Una vez fui a dejar mi curriculum al diario Expreso y el vigilante me mira y me dice que espere, en eso sale el editor de fotografía. -¿Quién eres?, me pregunta. Le cuento que estoy buscando trabajo. Me mira y me dice: -En dos semanas te llamo. ¡A las dos semanas fui! Era la primera vez que entraba a una redacción, parecía una cabina de internet pero grande ja,ja,ja,ja».

Los inicios de Roberto en la fotografía periodística lo acercaron a conocer diferentes personajes con los que de niño solo veía por televisión. Una vez cuando era practicante se gastó diez rollos fotografiando a un reciclador que estaba en el río, solo por que le pareció interesante. «Cuando regresé al periódico me putearon» termina la frase con una sonrisa como recordando su travesura.

Evocando esos momentos de juventud, aprovecha para servirse un vaso de cerveza preparando lo siguiente que va ha decir.

«Una vez fui a Chincha a cubrir un evento gay, era un mundo para mí. Me veías ahí solito sentado en el bus, muy emocionado. Después hice una sesión de fotos a una pareja gay y uno de ellos me pide que le tome fotos desnudo…¡pucha, hice buenas fotos! Dónde estarán los negativos. También hice fotos a un grupo de enanas que hacían striptease, ahí estaba yo, con cuatro de ellas sentado en el taxi, buscando locación, ja,ja,ja. Esas historias siempre he querido fotografiar, así empieza mi gusto por documentar».

Le menciono que todo su trabajo registra las historias de personas que muchas veces son estigmatizadas. Me dice eso que ellos son más reales y sinceros con su vida, se muestran tal como son. ¿Te consideras uno de ellos? le pregunto.

«¿Raro? ummm, quizás…Por ejemplo cuando voy a la casa de algún amigo, me voy a su refrigerador y ¡tan! foto. La gente guarda cosas raras ahí…«

En una sesión de curación los maestros usan: plantas, hierbas, polvos o inciensos para elaborar su más poderosos rituales y conseguir el bienestar de sus clientes, junto a sus ayudantes están listos para enfrentarse a los demonios propios y ajenos. Las sesiones son de noche y de forma privada, pero Roberto ha logrado internarse en ese mundo, ganándose la confianza y el aprecio de los curanderos y ayudantes.

«Acercarse a la intimidad de una persona es complicado, sobre todo con este grupo. Hay gente que va porque sus negocios van mal o quieren que regrese su pareja. La verdad que no sé cómo lo hice, pero me dieron su confianza para fotografiar todo eso.».

Roberto nunca pensó sus fotos de los «maestros» podrían terminar en un libro, se dio cuenta años después, cuando junto a su amigo Max Cabello, fundaron en el 2014 la editorial Cortabolas . Evento que coincide con el auge de las publicaciones editoriales en el país. Pero Roberto se da cuenta que su proyecto necesitaba mostrar el otro lado del trabajo de la sanación. Así que decide viajar nuevamente a Las Huaringas.

«Ya conocía toda la parte donde la gente se va a curar; ahora quería conocer la otra parte, el lado oscuro. El lado donde hacen el daño, la maldad. Esa gente no se deja fotografiar, así que empecé a registrar los insumos, animales, disecados, pelos, sapos».

-¿Cómo es ese lado oscuro?

-Peso pesado, a veces tenía que comprarles.

-¿Tenías que pagarles?

-¡No!

-¿Comprarles cosas?

-No, no me entiendes. Mira en este mundo brujeril, hay personas que son los que consiguen los insumos para los brujos, cosas muy extrañas…

Luego de contarme la larga lista de insumos que se requieren para lograr realizar esas sesiones y que no puedo describirlas en esta entrevista porque podría herir sensibilidades, me asalta la duda inmediata, sobre si alguna vez todo eso que veía no le afectó.

«Sí, y tuve muchos problemas con eso, porque no sabía. Ahora sé mucho más cosas de esto. Cuando tú entras a una mesada; es como como que se abren portales de energía, es como una lavadora, tu puedes estar limpio, pero energéticamente te contaminas con de todo ese ambiente. Ahora ya no ando en esas cosas».

«Uno podría decir que es medio folclórico; yo podría decir que sí existe, son realidades y en ese mundo espiritual, hay gente buena y gente mala»

Se sirve el segundo vaso de cerveza y me sigue contando.

«Es que a mi me siguen unas cosas rarísimas. La otra vez, un señor me dice: -Oye roberto a ti que te gusta lo misterioso, te voy a contar mi historia. Me cuentan que lo habían llevado para que ayude en una exorcización. Me decía: -Tienes que ir. -¡Nooo! le dije, a eso ¡no voy!«

El Bolsillo del Diablo es un libro de formato pequeño y tapa dura, lleva ese nombre en referencia al lugar donde la cultura Moche realizaba sacrificios humanos. Algunas fotos llevan un filtro rojo, para transmitir esa sensación de misterio y cercanía con el mundo del oscurantismo.

«La idea la obtengo de la película de Roman Polanski, El Bebé de Rosemary; hay una escena sexual con el diablo y todo se pone color rojo. La mayoría de estos maestros y rastreadoras beben san pedro, para ubicar en el campo espiritual la enfermedad o a quien ha mandado el daño. El rastreador siempre está ahí con una espada, percibiendo las voces, las presencias, ¡pero yo no puedo ver eso! entonces una manera de darle coherencia era usando la luz roja en las fotos».

El libro está hecho en España, porque quería que sus fotos tuvieran una buena impresión y calidad de papel. Considera que el libro es una obra que perdurará en los años, a diferencia de una muestra o exposición. Aunque ahora está enfocado en otros proyectos, viene avanzando un video sobre El Bolsillo del Diablo «Con el video culmino esta etapa, salgo de ese mundo».

Roberto segura que cada vez es más difícil mantenerse en el ambiente fotográfico porque demanda tiempo y constancia.

«Estar en vigencia cuesta dinero, tiempo y dedicación porque a veces gastas en logistica y después tienes que vivir de otras cosas».

«Mira cuando la última vez que invertí plata para irme a una lectura de portafolio en New York, gasté dinero en inscribirme y todo para que me dijeran que mi trabajo era bueno, pero no sabían dónde publicarlo. Lo que hago es muy difícil, no es un trabajo coyuntural».

Casi al final de nuestra charla, Roberto me revela que de niño quería ser director de cine, pero que no se siente mal, porque ahora cuenta historias con una cámara fotográfica. Casi por el tercer vaso de cerveza, relajado y reflexivo hace en recuento sobre su vida profesional y personal. Mis preguntas lo han hecho evocar episodios buenos y malos de su vida.

«Tengo 48 años, no tengo hijos, no tengo nada, ni perro ni gato. Ahora que estoy hablando con amigos de la infancia, ellos dicen que nunca hable de tener familia o un compromiso. He tenido novias, pero ilusiones no más, que luego se iban. Cuando uno se hace viejo, se vuelve más obsesivo, pero ahora estoy en esa etapa de la vida, en que estoy tranquilo. Antes me tortura mucho porque ya no hacia fotos, no tenía mucho entusiasmo, ni vehemencia, hasta hacia terapias holisticas y me acomodaba los chacras, ja,ja,ja».

«A mi me gusta el mundo que he construído, creo que tiene que ver mucho con mi personalidad, mi manera de observar la vida. Uno tiene que ser muy lúdico pero con los pies en la tierra, para darle tu toque personal».

Foto: Adrián Portugal