
De pequeño lo criaron con cariño casi excesivo. Sus juegos eran la atracción de todos las tardes y cada payasada era celebrada con abrazos y risas sinceras. Pero creció, el cachorro dejó de ser gracioso y sus juegos se convirtieron en molestas travesuras que lo llevaban al segundo piso.

Se llama Ralf un perro de raza no identificada, es gracioso verlo a veces con una oreja parada y la otra casi muerta. Me mira de lejos e intenta advertirme ,con sus ladridos ,que es un perro feroz cuidando su territorio, aunque después de dos minutos pierde el interés y se dedica a verificar sí sus pulgas siguen en su panza.

Todas las noches a la misma hora se detiene al borde del piso y mira atentamente la calle, esperando que su pequeña ama regrese. Ralf no sabe que no volverá, se fue hace mucho tiempo a terminar de estudiar a otro país, pero Ralf es Ralf. Seguirá esperando con sus orejas desequilibradas, su ladrido feroz, y sus pulgas en la panza.