
Durante años, el fotoperiodismo fue mi escuela más intensa. No solo me enseñó a usar una cámara, sino a desarrollar habilidades que hoy aplico en todos los ámbitos de mi vida. Estas son algunas de las lecciones más valiosas que me dejó.
Ser observadora
Aprendí a mirar con atención, a identificar los pequeños detalles que otros pasaban por alto. Detalles como un terno arrugado en un político, una mancha en los zapatos, o un libro puesto sobre su escritorio, todo decía algo. Registrar esas señales me ayudaba a entender mejor el contexto y enriquecer la historia visual. Porque muchas veces, lo que parece mínimo es justamente lo que le da sentido profundo a una imagen.
Ser puntual (y llegar con anticipación)
En el fotoperiodismo, llegar tarde significa perder el momento. Por eso siempre buscaba estar antes: las cosas importantes suelen empezar antes de lo previsto o de forma inesperada.
Ser organizada
Maletas listas, baterías cargadas, tarjetas de memoria vacías. Nada podía quedar al azar. Esa preparación me permite hoy estar lista para cualquier proyecto o reunión importante.
Ser precavida
En situaciones de riesgo, aprendí a evaluar mis opciones de escape, identificar personas confiables y anticiparme a los cambios. Esa capacidad de análisis rápido me acompaña siempre.

Leer las señales para saber dónde estar
Ser capaz de interpretar el ambiente, los gestos y los movimientos me ayudaba a decidir dónde estar y cómo actuar. Para capturar al personaje principal, por ejemplo, tenía que imaginar su recorrido, predecir su salida o anticipar cómo una situación podía cambiar, como un desmayo o un conflicto entre políticos. Esa misma anticipación la aplico hoy al leer contextos y tomar decisiones rápidas.
Comunicarme con empatía
No es igual hablar con una madre en medio de un incendio, un policía armado, o un artista que quiere posar. Aprendí a adaptar mi lenguaje, mi energía, mi presencia, desde el respeto.
Resolver problemas en el camino
Perder un flash, no poder entrar a un lugar, encontrar una vía alternativa, improvisar con lo que tenía. Resolver en movimiento, con ingenio y con calma.
Trabajar en equipo
Detrás de una buena cobertura hay muchas personas colaborando: periodistas, editores, choferes, colegas fotógrafos. Aprendí que el trabajo en equipo no es solo dividir tareas, sino sumar visiones, acompañarse y respetar los ritmos del otro. Una cobertura exitosa depende tanto del talento individual como de la sincronía colectiva.

Aprender a escuchar críticas constructivas
El fotoperiodismo me enseñó que no hay crecimiento sin feedback. Escuchar críticas constructivas, aunque a veces duelan, es parte esencial del proceso. Aprendí a separar lo personal de lo profesional, a ver en cada comentario una oportunidad para mejorar mi mirada, mi técnica, mi enfoque. A veces, una observación precisa podía transformar completamente una historia visual.
Tener liderazgo en el trabajo
Muchas veces me tocó tomar decisiones rápidas, bajo presión y en medio de situaciones caóticas. Ser líder no era imponer, sino guiar, organizar, y mantener la calma cuando todo alrededor parecía desbordarse. Con el tiempo, entendí que liderar es estar disponible, tomar la iniciativa, y sostener al equipo incluso en la incertidumbre.
Entender la diversidad del equipo de trabajo
Cada persona en el equipo venía con un contexto distinto, con sus propias creencias, vivencias y formas de ver el mundo. Comprender esa diversidad fue clave para construir relaciones más auténticas y respetuosas. Me ayudó a comunicar mejor, a evitar juicios rápidos, y a enriquecer las historias desde múltiples perspectivas.
Equivocarme y aceptarlo
En el camino del fotoperiodismo, me equivoqué muchas veces: enfoques mal calculados, decisiones apresuradas, momentos que no supe leer. Aprendí a aceptar mis errores sin justificarme, a reconocerlos como parte del proceso.
Volver a aprender
Lo más retador fue darme cuenta de que muchas veces tenía que desaprender y volver a aprender. Técnicas que funcionaban antes ya no eran útiles, reglas que conocía de memoria se volvían obsoletas frente a nuevas realidades. Incluso cosas que “ya sabía” a veces las olvidaba. Volver a aprender, una y otra vez, me enseñó humildad, curiosidad y resiliencia.

Actualmente, el fotoperiodismo ya no es mi actividad principal, pero las habilidades adquiridas en ese campo siguen siendo valiosas para mis proyectos creativos, mi vida cotidiana y mis desafíos personales y profesionales, especialmente en mi enfoque hacia la innovación y su gestión, un área en la que me estoy desarrollando.
Ser fotoperiodista me formó no solo como profesional, sino también como persona.